Tinku Verbal
Andrés Gómez Vela
“Debido a la ley antirracismo emerge la autocensura”, reza el titular de portada del periódico La Razón en su edición del 14 de Octubre para contar que algunos periodistas decidieron recién tener cuidado con los mensajes racistas y discriminadores. Un día después, el (o la) editorialista de ese periódico escribió que la autocensura se produce “cuando el medio o el informador cede ante la presión que siente de fuentes oficiales o privadas, empresas o instituciones anunciantes, o de otros grupos o personas individuales cuya influencia lleva al periodista a cohibirse”. 24 horas antes de aquel titular, uniformaron sus agendas Unitel y otros canales con la psuedonoticia de “la autocensura”. ¡Dios mío! Cuánta razón tenía Germán del Rey, ex defensor del Lector de El Tiempo de Bogotá, cuando dijo que la “autorregulación es el rey de burlas”.Ese titular y ese editorial se constituyen en la confesión más patética respecto a la ausencia de la autorregulación en el trabajo de periodistas y medios. Vale decir, parafraseando las palabras del (o la) editorialista, el informador no cedió hasta ahora a la presión de su conciencia, que le decía no ser racista ni discriminador, tal y como está escrito desde 1991 en el artículo 7 del Código de Ética de la Confederación de Trabajadores de la Prensa de Bolivia: “los periodistas no deberán mostrar en sus noticias, programas radiales o televisivos, discriminación alguna contra personas, sean estas por raza, color, sexo, religión, opinión política, origen nacional o social”. En este mismo sentido, el código de la Asociación Nacional de la Prensa (2007), en su artículo 7, dice: “las discriminaciones raciales, sociales, étnicas, religiosas, de género, de sexo, procedencia geográfica, incapacidad o apariencia física, deben estar erradicadas de los medios, que tienen obligación de dar un trato respetuoso e igual a todas las personas e instituciones”.
Por si fuera poco, el Consejo Nacional de Ética aprobó un código en 2009, que en su artículo 9, en la parte del deber ser del periodista subraya: “acatar y promover el respeto a la legislación referida a proteger los derechos de las personas –sin discriminación alguna- en el marco de la diversidad humana, cultural y social”. Si ya tenían normas éticas -que son más poderosas que las legales- que prohibían mensajes racistas y discriminatorios en los medios, ¿por qué no cumplieron los periodistas sus propios códigos? ¿No sabían? ¿Les valió un pepino? ¿No creían que era importante? ¿Por qué han esperado que llegue una ley para evitar lo que ya les prohibía hacer sus normas de autorregulación?
Si falla la ética, viene la ley. Dicho de otro modo, si fracasa la autorregulación, llega la regulación. Entonces, mal pueden hablar de una autocensura, deberían hablar de una autorregulación fracasada, al menos en este aspecto. La autocensura no se da cuando hay una disposición ética vigente aprobada voluntariamente por periodistas, esa venda mental es producto del miedo causado por un poder de facto con capacidad de rebasar la ley.
Cuando constatas que en los medios de información confunden la autorregulación con la autocensura dan ganas de dejar en blanco tu columna, como lo hicieron algunos otros opinadores, pero en protesta contra los periodistas que violan el derecho a la información y la libertad de expresión de diez millones de personas. Pero, pesa más la responsabilidad.
El desconocimiento de las normas es una de las causas de la pelea entre dioses que hay
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