PLANETA DESECHABLE
-Iván Canelas Lizárraga
(http://www.facebook.com/l/017f2;www.ivancanelas.com)
Una vez que la cúpula progresista latinoamericana puso en la agenda, el deteriorado estado de la salud medioambiental, acusando de ello a los desenfrenos materialistas del capitalismo; los fieles escuderos de este sistema han salido de sus escondrijos con todo tipo de actitudes negacionistas, con las que demuestran que a pesar de todo y de todos, van a pelear por su modo de vida, así ello tenga intrínseca relación con la existencia de nuestra especie. Los defensores del capital consideran que no han hecho el daño suficiente y van por más.
Pese a la fiebre global, al agujero en el ozono, a la extinción de 250 mil especies animales, a la brutal tala de árboles, al veneno en el aire, a la muerte de 25 mil personas al día por beber agua tóxica, a la aparición de enfermedades causadas por los procesos de producción del capitalismo; sus protectores buenos depredadores y acumuladores, tampoco se inquietan ante la organización desigual del mundo que han creado, el mismo que humilla la condición humana.
Los guardianes del libre mercado hoy señalan como culpables de la insalubridad planetaria a nada menos que a los pobres, “quienes están más preocupados en depredar para sobrevivir y alimentarse que en cuidar su entorno”, por lo que hay que vacunarlos con una dosis de capitalismo para que ingresen en su patrón de actividad económica y de desarrollo industrial, “que no es codicioso, despilfarrador ni destructivo(…)”.
Revisemos el manejo de la economía en el capital, el mismo que no contempla un trato sostenible y racional de la ecología por su lógica de “crecer o morir”. La producción capitalista es privada, es así que la economía se subdivide en otras unidades capitalistas de control y propiedad de los medios de producción que compiten entre sí, por lo que cada unidad se preocupa fundamentalmente por su expansión y sus ganancias.
La economía, el medio ambiente y la sociedad no son un todo social en el capitalismo, simplemente porque todo está fragmentado en partes privadas y esa visión no permite por ejemplo, ver lo que se hace con el aire que no es parte de su “costo”, porque en su lógica no pertenece al ámbito de su propiedad, el mismo que para optimizarse, debe implantar métodos de producción a gran escala, bajar costos, para así competir, ganar más mercado y por lo tanto más ganancias, usando más materia prima y energía sin importar su impacto ambiental.
La difusión masiva del modelo mencionado no es sostenible. Ello ya fue advertido hace 22 años por el informe Bruntland presentado a la Comisión Mundial de Medio Ambiente, que dice: “se necesita de 10 planetas como éste, para que los países pobres pudieran consumir como los ricos”, mientras que el informe del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) agrega: “en los últimos 35 años nuestra huella global excedió en 30% su capacidad de regeneración; de seguir así se necesitarán más planetas para mantener el estilo de vida".
Los habitantes de los países capitalistas consumen 10 veces más energía, 14 veces más papel y 13 veces más hierro y acero que una persona de un país pobre. Mientras que cada norteamericano echa al aire 22 veces más carbono que un hindú. Es justamente a esto a lo que Eduardo Galeano llama “suicidio universal”, porque cada día, los miembros más “prosperos” del género humano, los países ricos que también deciden el destino del planeta, son los que más méritos hacen para aniquilarlo, claro, acompañados por quienes imitan su estilo de vida en los países pobres y que definen su identidad en torno a la ostentación y al despilfarro.
Son justamente los aliados tercermundistas del capital, los que compiten para ofrecer más libertad de envenenar el ambiente a fin de atraer a las transnacionales, que para ellos son sinónimo de progreso. Así, los defensores de la naturaleza, los que postulan una sociedad incluyente, justa socialmente, resultan, para los cipayos del consumo, los abanderados del atraso, que espantan la inversión extranjera y sabotean la economía, cuando no se dan cuenta que las mejores condiciones para el capitalismo son las peores para la naturaleza.
Ya lo decía el sueco Olof Palme, “decisiones tan importantes no deben caer en intereses privados. No permitamos que el afán de lucro y el espíritu de competencia definan la estabilidad del ambiente, la seguridad laboral o el desarrollo técnico”.
Son los países más capitalistas, los que tienen más reparos a firmar acuerdos para reducir el impacto de su producción en la naturaleza, !y sólo porque tienen pavor a perder competitividad!. Que se ejerza el derecho al negocio y la ganancia, pero que a nombre de él se cometan los peores crímenes contra la salud pública y que encima se le quiera otorgar impunidad es algo que por ética no se puede permitir.
El camino está señalado y mientras no optemos por la alternativa, los defensores del capitalismo en su máxima expresión, darán batalla por sostener su cultura de plástico; ya han bautizado a los ecologistas como los nuevos comunistas, ello, mientras han generado estrategias apoyadas en la ilusoria publicidad, para que los niños tomen más Coca-Cola que leche.
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