Seguramente las dictaduras en Latinoamérica son temas que
cada vez se alejan más de la epidermis de la sociedad, y es que luego de más de
30 años de haber recuperado la democracia, las nuevas generaciones difícilmente
revisan con seriedad estos hechos que el poder tuvo la capacidad de ocultar
hábilmente, inclusive, como parte del costo que significó recuperar el tiempo
democrático para todos.
Hace unos días, debo confesar que fui muy entusiasmado al
cine para ver ‘Olvidados’, y como dijo
Marcela Arauz, aún quiero olvidar que
fui a verla. La película en resumen y con buena calidad técnica, muestra y narra
escenarios que se desarrollaron durante la incursión del Plan Cóndor en varios
países de Latinoamérica, pero rápidamente se sitúa en Bolivia como centro de
las historias que contarán de un militar, que como muchos, decidió arrebatar de
los brazos un bebé a una joven madre, privándole del maravilloso milagro de dar
vida y de acompañar esa vida. El tema es sensible y dramático de por sí, no
hace falta mucho esfuerzo pala hilar la dimensión de lo que representa este
hecho, seguramente el más frio y calculado por parte de la casta militar de esos
tiempos, lo lamentable es cómo se recrean las formas y no el fondo, cómo se
atropella el impacto de lo que significó este tiempo en la región, con
alegorías o dramas que casi rozan en la
novela mejicana, para buscar (imagino) sobrecoger al público en torno a una
historia contada con recursos muy básicos y que hacen dudar de un trabajo de guión
muy serio.
‘Olvidados’ intenta mostrar los fantasmas que persiguen a un
exjefe militar y que decanta, luego de un ataque al corazón, en la confesión a
través de una carta a su ‘hijo’, en la que le confirma que él no es su padre;
cuenta también a tropezones lo que se vivía en los centros de torturas instalados
para los presos políticos, sin exponer de manera responsable la dimensión de
esas detenciones clandestinas, seguramente para darle sustento a un monólogo de
una de las protagonistas de la película, que es al menos insultante para
quienes han sufrido verdaderamente una detención de este tipo o para sus
familiares, dando prácticamente la razón al discurso militar sustentado por
años en que estos presos se trataban de extremistas terroristas y que lo único
que querían era acabar con el orden y las libertades. En un intento muy mal logrado en guión, una
vez más, se pone en un mismo nivel a militares y a gente de pensamiento
político de cambio.
Pero si hay algo que realmente estuvo a punto de levantarme
de mi asiento, fue el personaje en la oficina de migración, una dedicada
edición de imágenes para contextualizar que estamos en el Estado Plurinacional
de Bolivia donde se flamean Whipalas y los funcionarios estatales acullican coca,
sirven de preámbulo para mostrar la peor cara de un funcionario público, arrogante,
autoritario, atropellando derechos, y lo peor, torturando emocionalmente a una
persona, exactamente en paralelo mientras se narraban las historias de los
jóvenes que años atrás eran torturados y vejados por los militares que
arrebataron el poder; y es que no se
trata de negar que los funcionarios públicos actuaron y siguen actuando así, se
trata de que si una película me propone una reflexión en torno a lo profundo
que hirió el proceso militar a la sociedad latinoamericana, no necesita mostrar
que aún se hace lo mismo desde un escritorio, y menos dándole el escenario
actual, como para dejar planteado entre líneas, que hoy se vive una nueva forma
de dictadura. Se trata de que en un
ejercicio de reflexión, creo que hubiera sido justo que se abra una oportunidad
a este tiempo que supera lo que hace o deja de hacer un gobierno de turno en
Argentina, Chile, Uruguay o Bolivia, se trata de que la sociedad está en un
proceso bastante maduro de insertar en nuestros jóvenes el hecho de que la
convivencia es una buena opción para ejercer libertades, de que cada día se
incorporan grupos a nuestras sociedades, que antes simplemente eran desplazados.
Hoy se habla en nuestra región de cambios profundos en el
marco del respeto, diversidades sexuales, indígenas, campesinos, mujeres,
niñas, niños, personas con capacidades diferentes… etcétera. Hoy, como nunca
antes en la historia desde que nos liberamos de los españoles o portugueses, en
nuestra región se habla de que estamos dándonos una oportunidad para marcar una
nueva convivencia, y esto sencillamente lo pisotea ‘Olvidados’. No se trata de
los gobiernos, se trata de las personas, se trata de un reconocimiento y de un mensaje que esta película sencillamente
decide ni siquiera dejarlo como esperanza, porque en su escena final, una vez
más, estropeando los sentimientos de las personas que realmente sueñan reencontrarse
con sus hijos arrebatados, deja entre ver que como una dádiva, el militar
arrepentido le deja la ubicación de su madre a quien asiló en el pequeño
terreno que habían comprado con su esposo, a quien él mismo mando a matar.
‘Olvidados’, como historia, es ese desacierto hecho
película, es ese intento hecho con ‘falso afán’ como diría el Papirri, es ese
tiempo extraviado y que lamentablemente fue auspiciado por el Estado de
Bolivia.